La
abuela es la madre de nuestra madre. Antes de venir a vivir a su casa no
sabíamos que nuestra madre todavía tenía madre.
Nosotros
la llamamos abuela.
La
gente la llama la Bruja.
Ella
nos llama «hijos de perra».
La
abuela es pequeña y delgada. Lleva una pañoleta negra en la cabeza. Su ropa es
gris oscuro. Lleva unos zapatos militares viejos. Cuando hace buen tiempo va
descalza. Su cara está llena de arrugas, de manchas oscuras y de verrugas de
las que salen pelos. No tiene dientes, al menos que se vean.
La
abuela no se lava jamás. Se seca la boca con la punta de su pañoleta cuando ha
comido o ha bebido. No lleva bragas. Cuando tiene que orinar, se queda quieta
donde está, separa las piernas y se mea en el suelo, por debajo de la falda.
Naturalmente, eso no lo hace dentro de casa.
La
abuela no se desnuda jamás. La hemos visto en su habitación, por la noche. Se
quita una falda y lleva otra debajo. Se quita la blusa y lleva otra blusa
debajo. Se acuesta así. No se quita la pañoleta.
La
abuela habla poco. Salvo por la noche. Por la noche, coge una botella que tiene
en un estante y bebe directamente a morro. Pronto se pone a hablar en una
lengua que no conocemos. No es la lengua que hablan los militares extranjeros,
es una lengua completamente distinta.
En
esa lengua desconocida, la abuela se pregunta cosas y ella misma se responde. A
veces se ríe, o bien se enfada, o bien grita. Al final, casi siempre, se pone a
llorar, se va a su habitación dando traspiés y se tira en la cama, y la oímos
sollozar mucho rato por la noche.
Kristof Agota